LO ENCONTRARON TRABAJANDO Y LO DEPOSITARON OTRA VEZ EN LA PRISIÓN
Un preso no cumplió con el beneficio que le habían otorgado de salidas transitorias, pero no volvió al delito sino que consiguió trabajo. LA POLICIA LO DETUVO EN SU HORARIOA LABORAL Y HOY ESTÁ OTRA VEZ ENTRE REJAS.
El ingreso a las
cárceles suele ser siempre igual. Una puerta inmensa que se cierra, otra que se
abre, rechina y es empujada por el borceguí negro y gastado de un
penitenciario. Las miradas que se entrecruzan en los pasillos son iguales y se
agudizan desafiantes. Los mismos ruidos secos y distantes son iguales en cada
penitenciaría. El corazón se congela cada golpe de hierros y la risa nerviosa y
el chiste fácil aparecen de golpe si no se es presidiario. Las cárceles son
iguales, los hombres no. Lorenzo Franco hizo muchas cosas de chico y está
pagando una larga condena. Tenía un régimen de salidas transitorias que en
noviembre dejó de respetar y por eso fue recapturado la semana pasada. Esta vez
la ley lo encontró en un lugar distinto: trabajando 12 horas por día en una
distribuidora de gaseosas, peleando con él mismo para cambiar de vida, para
matar su historia anterior.
Lorenzo purga una
condena por un hecho del que la
Justicia lo halló culpable, aunque él dice no recordarlo ni
le interesa hablar de eso. El 24 de diciembre de 2003, tres muchachos
intentaron robar una fábrica de Colombia 126 bis. Adentro se celebraba uno de
los tantos brindis de Navidad y entre los festejantes estaba Alfredo Avigliano,
padre de una empleada del lugar. Cuando los maleantes intentaron ingresar al
local, Avigliano y otros dos hombres cerraron el portón de la fábrica. Pero uno
de los jóvenes sacó un arma y disparó hacia adentro matando a Avigliano. Tres
días después fueron detenidos Gustavo Aquino y Lorenzo Franco como sospechosos.
En el proceso judicial, a Franco lo condenaron a 14 años de cárcel.
"A mi siempre me
llevaban, siempre era Franquito, el del quilombo. Siempre era yo, hasta que me
hice un habeas corpus. Pero el barrio también me marcaba", dice Franco
ante los ojos neutros de otros internos, una tarde alambrada en le cárcel de
Piñero, donde purga su pena.
En los ocho años
posteriores a su captura, Lorenzo pasó por varios penales. Aprendió allí lo que
no alcanzó a ver en su mundo de esquina, tomando cerveza mientras se planeaba
un delito aislado para tener unos pesos.
En la calle. Se
portó bien durante ese tiempo y logró que le otorgaran salidas transitorias.
Así estaba un día afuera del penal y quince dias adentro. En noviembre pasado
fue a su casa de Nicaragua al 100 bis y encontró a su hijo de 9 años al que él
llama Junior. La madre del chico le dijo que se hiciera cargo de la criatura y
él cumplió. Por eso, dice, el pibe es su ancla a otra vida, a una casa con
ventanas y calles asfaltadas que aún no logró, pero para la cual le faltó poco.
Franco está alojado en
una celda privada de Piñero. Se asombra con la entrevista, no alcanza a
imaginar que importancia puede tener un convicto. "En noviembre empecé con
las salidas, me hice cargo de mi hijo junto con mi mamá y empecé a buscar
trabajo", dice, y mira fijo, resignado.
"Cuando salí me
fui de cartonero con un carro y al tiempo busqué entrar a una fábrica, pero te
piden estudio y además yo no podía entrar en blanco —técnicamente estaba con
pedido de captura—. Como cartonero hacía unos 80 pesos por día. Te pagan 40
centavos el kilo de cartón y 60 el de vidrio. Laburas unas 10 horas y sacas
eso". Cuesta sacarle las palabras pero demuestra que es rápido para las
cuentas. Le gusta más observar que hablar. Finalmente consiguió trabajo en una
distribuidora de gaseosas y de eso vivió seis meses.
Tentaciones. "Cuando
salís te ofrecen de todo. Tenés miles de oportunidades para decir hago esto y
me comopro un auto, una casa. Pero con lo que yo ganaba me sentía más que
feliz. Yo entregaba la recaudación a la empresa, llevábamos mucha plata. Mucha
gente que me conocía le decía a mi patroncito que se cuidara por que yo juntaba
la plata y lo podía perjudicar. Pero él me tuvo confianza", cuenta.
Cuando lo capturaron,
el pasado lunes en Santa Fe y Derqui, Lorenzo estaba montado en el estribo de
un viejo Mercedes Benz haciendo el reparto diario de gaseosas. A menudo los
humanos se conduelen de un hombre que estuvo preso, pero no todos dan una mano.
Pablo, su amigo, se la dió (ver aparte).
"Hay demasiada
droga y delincuencia. Todo cambió estos años, hay pibitos que son rechicos y
andan por los pasillos. Se te acercan los del ambiente y podés ser delincuente
o encargado de un búnker. Está más acelerado el barrio y la gente. Pero yo salí
de la cárcel para cambiar mi vida y me encontré con la madre de Junior que me
dijo «tomá tu hijo y encargate»."
La calle es el
infierno esperado para un ex convicto. "Busqué trabajo por varios lados,
pero no me dieron. Solamente Pablo me dio". Y cuenta que "ahora es
peor que antes en la calle. La droga está en todos lados, mucha cocaína en toda
la ciudad", dice entre silencios prolongados.
Según cuenta, un
encargado de búnker anda en los 6 mil pesos por semana de ganacia, algo difícil
de imaginar para un changarín que reparte gaseosas y tiene planes de futuro. En
villa Fanta, donde nació y se crió Lorenzo, las cosas empeoraron. Hay qioscos
de drogas por todos lados y la tentación es un revólver en la cintura. "La
libertad no tiene precio", le decía Lorenzo a su amigos mientras estaba
suelto en la ciudad.
El muchacho perdió su
rabia exagerada. El alto alambrado del penal es su fin del mundo o el
principio, según de que lado se pare. Es un hombre conocido, demasiado. Ahora
le quedan por delante tal vez dos años de pasillos angostos y tardes iguales en
celdas iguales. "Vamos a ver si el abogado puede hacer algo. Me dijeron
que puede ser que salga para trabajar y dormir a la noche en un penal. A mi
hijo lo espero el domingo, pero cuando hablamos por teléfono me dice que lo
abandoné como la otra vez. Pero al final entiende que yo quiero que él esté
bien". Lorenzo se levantó de la silla en que se mantuvo mientras se hizo
la entrevista, se dejó esposar y caminó junto al guardiacárcel. Sus manos
aguardan volver a cargar cajones de gaseosas y a acariciar la cara de Junior.
¿QUE
HACEMOS EN ESTOS CASOS?
EQUIPO
ROMPIENDO EL SILENCIO U-3
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